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El cortisol es la hormona del estrés malo. La DHEA es la hormona de la vitalidad y del freno al envejecimiento. Las dos hormonas están en guerra. Si gana el cortisol la vida está abocada a la decadencia. Si gana la hormona DHEA, la permanencia en una “feliz” juventud madura está bien encauzada.

La razón está en que la felicidad no es otra cosa que el porcentaje del tiempo en el que disfrutamos de buenas emociones y por tanto de buenos momentos que se sustentan más en una vida con sentido que no en una vida con sensaciones. La felicidad conlleva la victoria de la DHEA sobre el cortisol. El cortisol, además, es una especie de bomba de relojería que inyectamos en la sangre. Es pan para hoy y hambre para mañana.

Luis Huete analiza cómo derrotar los miedos disfuncionales. La guerra de las hormonas se puede y se debe ganar. Uno debe ser responsable del propio estado interior; se puede ser dueño de uno mismo. No compensa ser víctima de las circunstancias… Clic para tuitear

A emociones más intensas inteligencia menos productiva

La guerra del cortisol contra la DHEA se libra en una parte del cerebro llamada amígdala, la gran controladora de nuestras emociones. Es un radar que escanea la realidad detectando si hay situaciones de amenaza con respecto a nuestras necesidades emocionales básicas (seguridad, variedad, singularidad y conexión) y dictamina en forma de emociones positivas (si la realidad escaneada es segura) o negativas (si la realidad escaneada supone un peligro).

La amígdala tiene la llave para hacer que resolvamos con cabeza los problemas a los que nos enfrentamos; o bien nos deja a los pies de nuestras emociones más instintivas y primitivas. Si la amígdala detecta una situación “rara” en el entorno que escanea, dispara una emoción negativa intensa (la más habitual es el miedo, pero puede ser también la ira, la tristeza, etc.) que a la vez inyecta un chute de cortisol al cuerpo para ponernos en situación de alerta.

Un efecto de este proceso es que “sale” sangre de la parte prefrontal del córtex (la parte del cerebro donde está el juicio, el control, la ecuanimidad, la sensatez, la visión periférica, la voluntad, etc.) para llevarla a los músculos. El resultado de todo ello es que la mente entra en visión de túnel y se centra en exceso en el objeto que ha causado la alerta, aportando así más información adversa, que además intensifica la emoción negativa, con lo que se inyecta más cortisol.

Como consecuencia entramos en un bucle negativo,que además de hacernos torpes en la toma de decisiones nos envejece y resta vitalidad. Se puede decir que cuando sentimos una emoción intensa (especialmente si es negativa) la capacidad intelectual disminuye (temporalmente) en la misma medida.

Las emociones juegan un papel decisivo en la vida, ya que en ellas radica una parte sustancial de la calidad con la que vivimos. Las emociones también nos predisponen a tomar un tipo de decisiones u otras; por tanto, nos hacen más o menos inteligentes.

Por ejemplo, el miedo predispone a la huida o a la parálisis; la ira al ataque; la tristeza, a la inacción. Por el contrario, la sorpresa invita al descubrimiento y la curiosidad; la alegría al disfrute de la vida; y el amor a la generosidad y al servicio.

El cortisol es una hormona que es útil a corto plazo; nos hace despiertos, un estado de alerta ante un peligro puede ser beneficioso, pero tiene un impacto disfuncional a la larga. El cortisol enrarece el carácter, quita vitalidad y envejece al organismo. Mucha pérdida para tan poca ganancia.

La hormona anti-estrés se llama DHEA. Es la que nos ayuda a mantener la vitalidad y la que retrasa el envejecimiento. Es una hormona que nos permite razonar con amplitud de miras (ver soluciones y no problemas) y protege al organismo.

Aunque podemos incrementarla mediante suplementos alimenticios, siempre será mucho mejor hacerla crecer a través de actos de agradecimiento, reír, bailar, hacer deporte, etc. La DHEA se produce también a través de emociones positivas como la sorpresa, la alegría, el amor, etc.

Hechos, juicios, emociones y decisiones

Una cosa son los hechos, otra el juicio que hacemos sobre los mismos, algo diferente es la emoción que sentimos por los hechos o juicios, y un cuarto elemento son las decisiones que tomamos basadas en la mezcla de los hechos, juicios y emociones. Los cuatro elementos de la cadena se influyen, pero no de una forma automática y determinista.

La experiencia no es tanto lo que nos pasa, sino la interpretación – a través de juicios – de eso que nos pasa. La gran conquista de los humanos es la introducción en la cadena de un juicio que añada valor, que sirva más al propósito de la persona, y que no esté encadenado totalmente al hecho en sí.

El juicio nace del uso del córtex (el cerebro más moderno, el más racional) y permite tener una visión más de conjunto, un enfoque más “inteligente” de las cosas de forma que siempre tengamos una cabeza bien amueblada.

La alternativa a un juicio ponderado es el gatillazo emocional. La cadena es conocida: un hecho negativo, un juicio que lo amplifica, sobrerreacción emocional, y decisiones de baja calidad. Técnicamente se llama el “secuestro amigdalar”. La amígdala secuestra la razón y deja a las emociones actuar a sus anchas.

La estructura mental de las personas se deja ver en la calidad de sus juicios

La repetición de juicios sobre las cosas genera hábitos o estilos explicativos. Son la forma, o el modelo, con el que tendemos a explicarnos el mundo que nos rodea. Los hay mejores o peores, no siempre son fruto de la inteligencia innata de la persona, sino de la manera en la que nos acostumbramos a pensar.

Los peores estilos explicativos son el pesimismo, la pasividad, el “saberlo todo” y la falta de integridad. Estos hábitos bloquean las capacidades personales, ya que disparan las emociones de bajo valor añadido y por tanto predisponen a las decisiones menos inteligentes.

Los mejores estilos explicativos son el optimismo, la proactividad, la curiosidad intelectual y el interés por las cosas de los demás. Estos estilos explicativos facilitan los juicios sobre la realidad que favorecen las buenas emociones y las mejores decisiones.

Un buen juicio amplía las alternativas en las que se basan las decisiones que se toman. El juicio permite que la emoción pase a ser sentimiento. La emoción es intensa, instintiva, con componente fisiológico y el sentimiento es fruto de la interpretación que hacemos, es menos intensa y más duradera. Las emociones “brutas” anulan o expulsan al juicio o al sentimiento de la cadena de hechos-juicios-emociones-decisiones. Sólo hay que fijarse en la conducta de algunas personas en un estadio de fútbol o en la obcecación que produce un buen enfado. Se podría por tanto afirmar que cuanto más alta es la emoción más baja es la razón… y más pobres las decisiones que tomamos.

Mejor vivir sin miedo

La ansiedad es miedo al futuro. La culpa es miedo al pasado. Los miedos que tienden a ser más recurrentes en la vida son el miedo a no llegar al nivel requerido y el miedo a no ser querido por los demás. Aquello que más deseamos suele ser la raíz de nuestros mayores miedos.

El miedo, que produce buenas dosis de cortisol, suele activar tres fantasmas en la mente: “no tengo futuro”, “no tengo valor”, “no tengo quién me ayude”. Los fantasmas de la mente producen una psicología de perdedores en la que la abundancia de emociones negativas va unida a un perfil pobre de decisiones.

Los miedos son estados emocionales que predisponen a la huida; a no resolver las cosas. Son paralizantes, y fomentan la rigidez mental y la inflexibilidad en el comportamiento. En la mayor parte de los casos los miedos están fabricados por la mente sin una causa objetiva que los justifique. En cierta forma son verdaderas “fantasmadas” de la mente que limitan su buen uso.

El miedo segrega cortisol, y cuando se tiene un nivel alto de cortisol en la sangre nos volvemos más impacientes, irritables y ansiosos. Además, la visión de túnel provoca una sobre fijación en el problema causante del miedo. Hay que aprender a salir del bucle negativo causado por un nivel excesivo de cortisol en sangre. Esos niveles se pueden reducir con las siguientes actividades:

  1. Actos de agradecimiento. Creando rituales a lo largo del día en los que se disfrute de minutos intensos de gratitud, con la mano en el corazón, y en los que se traigan a la mente situaciones y personas por las que sienta una profunda gratitud.
  2. Actos de perdón hacia quien nos haya agraviado en el pasado.
  3. Un buen duelo con protocolos de cierre. En el interior se ve y se siente que se ha sido capaz de sacar más bien que dolor de un mal. Un protocolo de cierre es un acto simbólico, lleno de intención, en el que se da por cerrado emocionalmente un tema del pasado que esté molestando. Puede ser una carta, una llamada, etc.
  4. Más ejercicio físico.

La guerra de las hormonas se puede y se debe ganar. Uno debe ser responsable del propio estado interior; se puede ser dueño de uno mismo. No compensa ser víctima de las circunstancias externas. Nelson Mandela encontró en el poema de W.E Henley una frase llena de sabiduría: “Soy el dueño de mi destino; soy el capitán de mi alma”. Con esta filosofía las personas pueden centrarse en fortalecer sus recursos interiores en vez de perderse en una realidad exterior que no pueden controlar.

Por Luis Huete, profesional de referencia del management internacional